La forma especial del humor de Jesús era la ironía, algo así como las caricaturas, con la que nos hace pensar en alguna situación chistosamente ridícula. Pensemos por ejemplo en la famosa frase de “pasar un camello por el ojo de una aguja” (Mateo 19:24). Yo a lo menos tengo tan mala vista, y la mano tan poco firme, que ni puedo pasar un hilito por la aguja, ¡mucho menos un camello, con todo y joroba! Pero algunos nos quieren decir que no, que eso era una puerta pequeña en el muro de Jerusalén que llamaban “el ojo de la aguja”, por lo que sería algo difícil pasar un camello. El único problema es que nunca existió tal puertita con ese nombre. Jesús utilizó una figura bien cómica, de alguien tratando de jalar un pobre camello por esa micro-apertura de una aguja, pero nosotros insistimos en banalizarlo, hasta con teorías e inventos.
Aquí otro sobre los camellos: “Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello” (Mt 23:24-25). ¡Imagínese el epiglotis que necesitan, para que pase ese camello por su garganta! En el versículo que sigue, Jesús acusa a los escribas y fariseos de limpiar super-bien su taza por fuera, dejando dentro de la taza toda la basura que traía! ¿Para qué limpiar escrupulosamente las afueras de la taza, si por dentro sigue siendo pútrida?
Otro chiste simpático: “echar perlas ante los puercos” (Mt 7:6). En nuestra finca en Sabanilla hemos tenido cerdos, y hemos sabido por experiencia lo cochino que son. Pero cómo sería si yo le dijera a mi esposa, “Mira, mi querida Doris, vos sabes cuánto quiero a nuestras chanchitas, ¿no me prestarías tus perlas para ponérselas a ellas?” ¡Chistoso, verdad! Igual sería “tirar” las grandes verdades del evangelio y de las escrituras ante personas no aptas para recibirlas.
¿Y qué de este otro? “Nadie prende una lámpara y la pone debajo de una canasta” (Mt 5:15). ¡Qué gran tontería que sería eso! ¿Para que prender una lámpara, sólo para esconderla? No sólo opacaría toda la luz de la lámpara, sino que correría un peligro serio de causar un incendio. Pero en la vida real, es igualmente ridícula nuestra conducta cuando, habiendo recibido de Cristo la luz de la vida, hacemos todo lo posible por esconderla.
Y piensen en esta figura cómica: los fariseos son “lobos vestidos de oveja” (Mt 7:15). No sólo van los dos simbolismos totalmente contrastantes del lobo y la oveja, sino el de “vestir” a un lobo como una oveja (¿quién se encargaría de tal tarea?), un poco así como Jacob se vistió como su hermano Esaú para engañar a su padre. Literalmente, y sin humor, Jesús hubiera dicho, “esos no son ovejas, son lobos”. Pero cuando visualizamos la figura de lobos vestidos (!), y vestidos de oveja, resulta mucho más simpática la expresión.
Jesús se refería algunas veces al ojo humano con fina ironía. “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mt 7:3). Parte de lo simpático aquí es contrastar algo muy común, que todos conocemos, con algo totalmente imposible. Todos hemos experimentado alguna vez una basurita en el ojo, ¿pero todo un palo en un ojo? ¡Difícil imaginarlo! ¡Qué ojote más enorme para que cupiera esa viga! Jesús aprovecha ese contraste tan dramático y exagerado para ridiculizar el espíritu de criticonería de los que juzgan a otros sin examinarse a si mismos.
Y otro, entre muchos más que quedan: “Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti… Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti” (Mt 5:29). ¡Qué consejo este! Si lo tomáramos en serio, los basureros estarían llenos de órganos extirpados y el mundo, lleno de tuertos y mancos. ¿Estaría hablando Jesús en serio? Sí, y no; está hablando “en broma y en serio”, ¡pero demasiado serio! Aunque los verbos van en el modo imperativo, Jesús no nos está ordenando mutilar nuestros cuerpos. Más bien, el contraste tan exagerado, y tan lleno de ironía cómica, nos enseña la terrible gravedad del pecado y la urgencia de santificar nuestras vidas.
El Jesús de los evangelios era (y es) plenamente Dios, pero también plenamente humano, con todo y el sentido de humor que aporta tanto a nuestra vida como imagen y semejanza de Dios.
La primera herejía cristológica del Nuevo Testamento se llamaba el “docetismo”, que afirmaba que Cristo no era realmente humano sino que sólo aparentaba serlo (del griego, dokeô, aparentar, fingir). Y es que no basta afirmar la deidad de Jesucristo, sin su humanidad. Y tan grave era esa herejía, que Juan la llama el espíritu de Anticristo (1 Juan 2:18,22; 4:3; 2 Juan 7). Tampoco hay contradicción entre la deidad de Jesús y su plena, auténtica humanidad. Y por supuesto, ¡Jesús no sería plenamente humano si no tuviera sentido de humor!
La primera herejía cristológica del Nuevo Testamento se llamaba el “docetismo”, que afirmaba que Cristo no era realmente humano sino que sólo aparentaba serlo (del griego, dokeô, aparentar, fingir). Y es que no basta afirmar la deidad de Jesucristo, sin su humanidad. Y tan grave era esa herejía, que Juan la llama el espíritu de Anticristo (1 Juan 2:18,22; 4:3; 2 Juan 7). Tampoco hay contradicción entre la deidad de Jesús y su plena, auténtica humanidad. Y por supuesto, ¡Jesús no sería plenamente humano si no tuviera sentido de humor!
Otra alusión biológica de Jesús sorprende un poco por su franqueza y su naturalidad: “Todo lo de fuera que entra en el hombre, no lo puede contaminar, porque no entra en el corazón sino en el vientre, y sale a la letrina” (Mr 7:14-15,18-19). Aunque el sentido común hoy nos diría que mucha enfermedad sí entra por la boca y contamina el cuerpo, Jesús aplicaba su comparación con el proceso digestivo con otro sentido, que se explica sin más comentario.
En Lucas 12:39 Jesús dice, “si un dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, estaría pendiente para no dejarlo forzar la entrada”. Con esas palabras Cristo quiere instarnos a vigilar a toda hora y estar siempre preparados para su venida “como ladrón”. Para captar el humor de la comparación, podríamos decir que ningún ladrón va a llamar a la casa a avisarles que va a llegar a las diez de la noche y que por favor tengan la puerta sin llave.
Los evangelios narran muchas frases y situaciones que, si nos paramos a imaginarlas o si las tomáramos literalmente, nos caerían con mucha gracia, por ejemplo el señor que no quería levantarse de la cama para contestar la puerta (Luc 11:5-9) y la viuda terca que insistía e insistía hasta que el juez se cansó y le hizo justicia (Luc 18:1-5). Tiene humor simpático el comentario de Jesús sobre Juan el Bautista (Luc 7:24-26), que podríamos parafrasear así: “¿Qué esperaban ustedes encontrar en el desierto, un predicador con saco y corbata?”. No falta un humor acerbo en el comentario de Marcos 5:26 sobre la mujer “que había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor”. ¡Ay de esos matasanos mercenarios!
A Jesús le gustaba hablar con simbolismos exagerados que tomaban a la gente por sorpresa. Nosotros estamos muy acostumbrados a la figura de “nacer de nuevo”, pero Nicodemo se quedó en la luna cuando el Señor le dijo que él tenía que nacer de nuevo. ”¿Pero cómo puede ser eso?”, pregunta Nicodemo. “¿Tengo que entrar de nuevo en el vientre de mi madre?” Podríamos ampliar el simbolismo: ¿Y cómo entro mejor, de cabeza o con los pies adelante?”. Parece que Nicodemo captó la paradoja de las palabras del Maestro, pero no el humor. Pero el evangelista sí lo entendió y lo trasmitió en su relato.
La figura de Zaqueo tiene claros ribetes cómicos (Lucas 19:1-10). Como cobrador de impuestos era funcionario del imperio romano y casi seguro rico y socialmente importante, con cierto prestigio. Pero era pequeñito y tuvo que treparse a un árbol para ver a Jesús. ¡Eso sin duda llamó mucho la atención! ¡Qué miedo, que puede quebrarse la rama y el señor funcionario se viene para el suelo! Seguramente Lucas y sus lectores se reían de esa situación cómica, y con eso se reían no sólo del diminuto Zaqueo sino también del mismo imperio romano.
El Cristo Resucitado mantuvo ese gran sentido de humor. En el camino a Emaús, cuando los dos discípulos le preguntan si él era el único forastero que no sabía lo que había pasado esa semana, Jesús contesta, con cara de inocente, “¿Qué cosas?” (Luc 24:19). Claro, ¡quien sabía mejor que él lo que pasó ese Viernes Santo! Después ellos le informan a él sobre “Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obra y palabra”, todavía sin darse cuenta que es con él mismo que ellos lo están diciendo. Y al fin afirman que algunos discípulos fueron al sepulcro, “pero a él no lo vieron” (24:24). Eso, ¡cuando ellos mismos lo están viendo con sus propios ojos!
Dr. Juan Stam.
Juanstam@ice.co.cr
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